viernes, 13 de febrero de 2015

Lo prístino, de Cántico en elipse

Me miraban los cerros
silvestres de romero,
tejaditos con tordos
y palomas de cuento.

Palmeras en la plaza
se peinaban, espejos
de seda y zarzamora
sus abanicos lentos.

Y ropas retozaban
en juncos de arroyuelo
con jabón de ganchillo
en su tez sin secretos.

Raíces y cultura
mis zapatitos nuevos,
guiñol y sopas de ajo
y, los gatos, obreros.

¡Cuánta  llave maestra
de las nubes fue tiempo
de serrín y de tiza
y de lana y sarmiento!.

Pero luego las nubes,
cigüeñas hechas trébol,
fueron un mapamundi
con temblor de luceros.

Buscando las estrellas
conversé con jilgueros.
Los gestos me bordaron
en el yo otros gestos.

Y óleos del son del mundo
un dìa me pidieron
comodines y ases
y amnistía y compañeros.

En la azotea puse
el sobrehilado austero,
la ruta del lenguaje,
la familia y los besos.

Mis cabellos alados
con carmín se rieron,
amando las cigarras
de todos los cabellos.

Amo mucho, calandria
o amapola yo, o heno,
o ancho mar de vida.
Soy vital y he de serlo.

Garzas de la espesura
piden conocimientos
cual amables juglares.
Me encanta el universo.

¡Qué consorte sincero
el amor, con su cetro
de palabras, semillas
del goce mensajero!.

Me miraba la vida,
amor en el cerebro,
amor como caricia,
amor como misterio.

Soy hija de los hijos,
madre de mi hijo, siento
el alma enamorada
de todo ser auténtico.

Mi amor es como un árbol
lleno de brotes nuevos,
juego con cada brote
y a mí misma me acepto.