Las translúcidas telas refractan la luz ancha
del sol y ondean. ¡Ah, aire de junio venturoso!
Son visillos tan blancos que las alas pequeñas
de mariposas suenan en su tacto de urdimbre.
Me proyecto en los hilos delgados de su aroma,
enhebrada en salobre mediodía de mar.
Sembradores del agua y enjambres de peces
llegan desde la playa hasta el balcón abierto.
Anoche me besabas bajo la luna ardiente,
bajo constelaciones oscuras y apacibles.
Hoy te estoy esperando entre visillos vivos.
La mar es la llanura azul de nuestros ecos.
Mi alma ha estrenado un corazón de nubes
y late con impulsos de feliz cercanía.
Asómate a mis ojos, donde van los visillos
nuevos volando, arriba y abajo, en derredor.
Visillos me protegen. Tengo miedo de abrirme
de par en par contigo, porque más que los brazos
y las bocas unidas, el amor es el alma.
¿Me querrás como soy? No quiero ser instante.
Olvidé que podía volver a estar conmigo,
vistiéndome de amor con ardor de marfil.
Pero a veces la vida nos regala peonías
silvestres y nos riega con agua de emociones.
Y entonces resplandece otra primera vez,
por sorpresa, con nombres inscritos en anillos
vírgenes, donde el mundo comienza a ser mar
y su orilla y visillos y beso en seres libres.
Alegres dos antorchas cristalinas se marchan
a la arena dorada, mis pupilas de pájaros.
Los visillos conversan con mi recinto mítico
y sé que volveremos a gozar de los días.