Esta piel de palmera olorosa
y esta lengua de bálsamo aterido
rozan tiempo de castas y memoria.
Pero ojos son luz. Los ciegos notan
la luz. La luz cincela las arrugas
con amuletos de besos de orfebres,
espíritus de ancestros en los genes.
Las orejas son vacas de la calle
y animales de los sueños etéreos.
Los brazos son las musas de la vida
que miran los dolores miserables.
Por los pulmones entran los anhelos.
En esta boca hay textos de saliva.
Y los hombros se anudan como higueras.
Como vela encendida, la alegría
podría ser incienso o guirnalda
que un día a la justicia recibiera.
Este paria se sienta sobre el suelo
con toda la paciencia de la Tierra.
Y, aunque a nadie importara mi conciencia,
lavo con caracolas la tristeza
con la fuente que cae de las estrellas.
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