El pecho era cobijo. Se adherían
los fósiles del vello y caracolas
versátiles al intento apretado
de inscribirse en alfares submarinos
y redimir los cuerpos hechos barro.
El pecho aderezaba sus mensajes
contemplando los rastros creadores
que quisieron un día claroscuro
divino, rodear acantilados
y peces, y mareas, y las playas
dinámicas de mentes tan preciosas
como orillas de escarcha de un océano.
Era el clima y era ecosistema
para las libertades, para todo
cuanto hubiera exstido o existiera
en esquinas de la historia del mundo,
coyuntura del bien. Todo era bueno.
Navegarnos, saber que se aprendían
espíritus de mástiles y ondas,
cánticos, ritual sin condiciones
para servir de alga o de subsuelo,
viento de superficie o rayo hondo.
Por toda la medida de las masas
sístoles y diástoles, impulso
gestando realidades, ritmo largo
con brújula encontrada en los pulmones.
Mi corazón de esponja, tan permeable
que ofrecía sus huecos al cimiento
de la entrega de igual para el igual,
vaivén de las preguntas y respuestas
era, hoguera de mar y hogar de hogar.
Quiero tener el pecho en el gorjeo
que me trajo la brisa, en ls instantes
marineros con gaviotas y redes
de sal en una alcoba enamorada.
Quiero que el pecho antiguo, que ha viajado
más allá de sí mismo, que ha escuchado
ecos de continentes, tempestades,
olas de sol anclado en el respeto,
bailes de las anémonas del alma,
que ha interpretado tantas perspectivas
y asombros, que ha pintado sus corales
y sus barcos y que sigue arriesgando
su tacto y su perfume porque quiere
sea la esfinge de proa de mis ojos.
Es el pecho mi ángel altruista,
amado, amante, amor para los pechos
de la vida, para la descendencia
Hermosa de todo pecho que brinca
en un pleno regazo regalado.
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