de una hoja de otoño o brillo de luciérnagas,
el sol del alba, cántaros de fe para vivir,
un corazón latiendo con secretos y espinas.
Su esperanza es el loto de las lágrimas dulces
o una amorosa noche al pie del universo.
Su música es un cuerpo feliz, una cadena
rota, una ventana abierta, enredadera
de la verdad, un juego de niños. Se divierten
los antiguos deseos en bocas y mejillas
y pelo en cascada porque existen palabras.
Llevan jardín de dioses a lirios y jazmines,
ofrendas reveladas en cada luna nueva.
Cantan con las ideas a los pájaros, entran
con un suspiro dentro del infinito, besan
la sonrisa que damos, los dedos invisibles
de las preguntas, risas, miedos y reconocen
la lluvia del verano en la arboleda, gracias
de la leche y la miel de la abeja y el vino
Del ramillete joven de unas trenzas con velo.
Trabajan con perfume mojado de Vía Láctea,
dicha o vergüenza. Trono de luz pide su gozo
y multitudes vivas, laberinto de azar
convertido en los frutos que esperan los canastos.
Las palabras admiran la flauta del pastor
y son piedras preciosas aun durmiendo entre adobes.
Los siglos de tormentas hallarán su timón.
Corazón, vé con ellas a soñar sinestesias.
Inventa plenitud porque los pechos hablan.
Las palabras son mundo y harán con tu alfabeto,
herido por el barro, poemas en concierto.
A los jóvenes, para que se oigan a sí mismos
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